Los comisarios del pueblo cerraron las salas de cartas comerciales a principios de la década de 1920. Los departamentos de policía de la ciudad realizaban redadas en sótanos, salas de estar, «clubes de intereses». Los antiguos cafés se convertían en habitaciones tranquilas con cajones volteados en lugar de mesas, barajas con bordes desgastados y libretas de deudas. Formalmente, la legislación empujaba los juegos de azar en la URSS al subterráneo; en la práctica, los jugadores trasladaban sus encuentros a las cocinas de los comunales y a los vestuarios de las fábricas.
En los periódicos, la prohibición parecía una medida cotidiana: un anuncio en el centro cultural, un par de frases en la reunión, la visita del oficial de policía entre inspecciones. En este contexto, la historia de los casinos en la URSS no comenzaba con fichas y luces, sino con partidas nocturnas en cocinas, silenciosas y breves. El punto de referencia era Moscú: allí la disciplina y los inspectores eran más frecuentes que en la provincia.
Los directores de casas de cultura adaptaban los programas nocturnos para encuentros «inofensivos» de «ajedrez y preguntas» — sin dinero ni conflictos, bajo la luz de lámparas verdes y el tintineo de fichas. En las salas pequeñas, el activista extendía pesados manteles sobre las mesas, el conserje traía una caja con fichas «para el registro», el electricista encendía el interruptor — las lámparas verdes proyectaban un cálido resplandor sobre la baraja y las fichas. El presentador explicaba brevemente las reglas, el encargado ponía el temporizador en la división, el público se sentaba en semicírculo; las mesas se acercaban ruidosamente y el juego entraba en un ritmo tranquilo — réplicas silenciosas, turnos claros, premios en la mesa junto al escenario.
Esta forma encajaba en el lenguaje soviético de «trabajo cultural de masas» y no provocaba inspecciones. Cuando en las grandes salas sonaban coros, detrás del telón en las pequeñas se jugaba al preferans: el presentador registraba el puntaje, las disputas se resolvían antes de comenzar. En la crónica de la década, la historia de los casinos en la URSS se percibía a través de las personas del escenario — el director del club afirmaba el guion, el activista mantenía el ritmo, el conserje entregaba los accesorios.
En pasajes subterráneos, en lavanderías de las fábricas, en residencias estudiantiles surgían «puntos»: una mesa, una baraja, una alcancía para menudencias. Aquí se hablaba poco y se contaba rápido. Como presentador informal estaba el supervisor de turno o un maestro despedido; para mantener el orden, el «mayor de la mesa». El dinero para la alcancía se recolectaba en efectivo — los billetes pasaban de mano en mano, procurando no hacer ruido innecesario. Las apuestas se mantenían dentro de límites razonables — el salario no se estiraba, la atención del oficial de policía no se dirigía a nada. En buena compañía no se necesitaba un crupier: el control lo llevaba aquel en quien confiaban. Los intentos de «acelerar» el juego terminaban bruscamente — el tramposo perdía su lugar y dirección.
La ciudad vio una salida legal para esperar la suerte — el Sportloto. Los quioscos de «Soyuzpechat» vendían boletos junto a periódicos, locutores anunciaban los sorteos en días fijos, los contadores recibían las listas. La lotería desviaba la atención de los juegos de cartas — transformaba la conversación sobre dinero en un formato aprobado tanto por la dirección como por los vecinos del edificio. Paralelamente, en las salas de fábrica y en las casas de campo, las cartas seguían vivas. En la agenda pública, el negocio del juego en la URSS sonaba «apagado», pero la palabra legalización en los periódicos se asociaba precisamente con loterías y concursos, no con apuestas en la mesa. En esta combinación, la historia de los casinos en la URSS se veía como un compromiso disperso: el escenario para recuerdos, el quiosco para boletos, la noche para su propia compañía.
Las ciudades turísticas como Sochi, Yalta y Tbilisi marcaban un ritmo diferente. Aquí, la historia de los casinos en la URSS no se desarrollaba en sótanos, sino a través de banquetes, vestíbulos de escaleras y letreros de «clubes de intereses». Sochi tenía una temporada activa: después de la cena, los restaurantes de los hoteles reconvertían sus salones para «noches» cortas. Se cambiaban las decoraciones: desaparecían los manteles, las barajas se colocaban en la mesa; el camarero se convertía en crupier, el administrador cobraba «alquiler del salón» — en realidad, una tarifa de entrada al juego. El póker era popular (cinco cartas, un cambio).
La ruleta se instalaba raramente — ruidosa, llamativa, arriesgada. En Yalta preferían un formato suave: «reuniones del club» en las casas de descanso. En Tbilisi, las «salas de té» bajo el letrero de reuniones literarias, con listas fijas de invitados. Todo se basaba en acuerdos silenciosos: quién traía las cartas, quién manejaba el banco, quién se paraba en la puerta y golpeaba si llegaban desconocidos. Aquí, el negocio del juego parecía un oficio, no una red, y se mantenía hasta la primera filtración de dirección.
Lo que veían los inspectores en el sur:
La Perestroika trajo formas «blancas» de entretenimiento — programas cooperativos, noches culturales, cierres tempranos de salas. Los organizadores exigían pases, listas, seguridad en la entrada. En algún lugar se escuchaba la idea de un «descanso controlado», pero la prohibición de las apuestas en la mesa se mantenía igual de estricta. En las noticias de la ciudad se mencionaron los primeros casinos en la URSS, pero se referían a salas con espectáculos y recuerdos — no a cajas y bancos. A finales de la década, el control se intensificó nuevamente, y los años 1980 cerraron el capítulo del azar público con cartas hasta la próxima época. En este final, la historia de los casinos en la URSS se desenreda cuidadosamente: la lotería permanece, las interacciones viven en el escenario, y las mesas privadas nocturnas regresan a pequeños grupos.
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